miércoles, 13 de marzo de 2013

No hay porqué ponerle nombre.

Releer, por enésima vez, esa conversación que hizo que todo se viniese abajo por un momento. Todo se convirtió en dolor y rabia, porque no entendía nada. No sólo no entendia nada, sino que además, sin darse cuenta, me estaba haciendo daño.

Durante todo el día he estado pensando. Pensando si de verdad era verdad lo que "X" me había dicho, o en verdad Contra Naturam había pegado tan fuerte como parecía en mi corazón. Necesitaba saber si tenía miedo a comprometerme, o si, por el contrario, la quería tanto como había dicho.

Y, descubrí, que así era. Que la quiero. Que es ella la luz que guía mi vida, la persona con la que quiero pasar el esto de mis días, la persona que me hace feliz y me llena al 100%. Y muero de ganas, ganas de tenerla abrazada otra vez, de poderla besar y sentir a mi lado.

Y de ayer, no saco sólo esa conversación. También, un rato antes, había dicho algo que me había echo revolverme por dentro. Ella iba a ser capaz de estar a mi lado aunque todo fuera mal, aunque la vida me obligase a sufrir un destino que yo no quería. Iba a ser capaz de sacrificar su tiempo, su vida, su carrera, su todo, por mí, porque me quería, porque yo era lo que la hacía feliz.

Esta noche, durante un rato, he echo lo que debía hacer. Abrigo, capucha, auriculares, campo, la única luz, la de las estrellas y la luna creciente que, tímidamente, va cogiendo forma. Necesitaba unos minutos para reflexionar, para saber qué es lo que realmente quiero de esta vida. Saber por lo que quiero luchar, saber por lo que estoy aquí, y para qué.

Encontré la paz, y, pese al frío de fuera, dentro de mí brotaba un calor especial. El calor que brota dentro del corazón de una persona enamorada, el calor que da la felicidad.

Porque mi felicidad está a su lado. Está en cada palabra que compartimos, en cada caricia, en cada beso, en cada mirada cómplice, en cada paseo de la mano, en cada pequeño regalo, en una foto, en un recuerdo, en cada segundo que recuerdo su nombre, su olor, su tacto, su mano sobre la mía, en cada locura, en cada decisión que tomamos juntos, en cada pasito que damos como personas, como pareja, porque ella y yo somos dos, sin dejar de ser nosotros mismos.

La quiero. Y es lo único que me importa. Lo que diga el resto del mundo, me da exactamente igual. La quiero, y no me canso de repetirlo, de sentirlo. Ella es... la dueña de mi corazón.

Y bendita, bendita locura aquella, aquella que me bendijo con este amor tan inmenso que hoy llena mi corazón.

No hay comentarios: